Como si de una comedia mala de media tarde se tratara, ahí estaba yo, con el maromo en cuestión a punto de irnos a compartir habitación a un pisito alquilado (la cosa estaba mal, ya se sabe la crisis) Él temia que le dejara los huevos secos en cuanto nos fueramos a vivir juntos, ya sabíamos como en la cama nos comíamos el uno al otro, pero a mi lo que se me quedó seco fue el coño... de no hacer nada.
Ilusa de mí, que creía que me iba a calzarme aquel hombretón, días sí, día también, que me iba a inchar a follar y que se me pondría el coño escaldao de tanto darle-que-te-pego y resulta que me habia casado con él sin haberme dado cuenta. Aquel cuerpazo serrano, bien armado, de anchura hombruna, tez morena, culo prieto de esos que me vuelven loca y boquita dulzona por fin iba a ser mío todas las noche durante un mes... o, no.

Debería haberlo atado a la pata de la cama cuando tube ocasión la primera noche y no dejarle marchas hasta el día 31... ¡Que malo es eso de ir a hacer "cosas" cuando te podrían
dejar clavada al conchón! Sea como fuera, a pesar de todo, el mes toco a su fin y el polvazo de despedida que pegamos (como los de antaño cuando éramos amantes "lejanos" cada uno viviendo en su casita) fue memorable. Lo dicho, a follar; o en tu casa o en la mía.
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