lunes, 23 de febrero de 2015

El Calienta-Bragas. Parte I

Era la nueva temporada en el curro de verano, él llegó como fruta fresca a trabajar en un puesto al lado del mío y todos los días hablábamos un poco, bromeábamos y tonteábamos, yo iba a saco, él me seguía el rollo y se dejaba seducir, a mí me poseía la rabalera que llevo dentro y le soltaba una sarta de comentarios que harían sonrojar al mismísimo Marqués de Sade.

Aquel chico me ponía mucho, muchísimo. Era un niñato, eso se le veía a lenguas, era el típico jipi-modernillo que viajaba por Asia y Sudamérica en busca de cocoteros mientras tocaba el didgeridoo. Era bastante guapo; moreno, con una media melena hasta los hombros, unas pocas rastas colgando entre los mechones de su pelo, una tobillera de macramé y un cuerpazo esculpido a base de yoga, comida sana y equilibrismos varios. Era todo lo que un alma aventurera podría desear. Además tenía una bonita sonrisa y los ojos se le achinaban graciosamente cuando reía a carcajadas. Recuerdo que ya lo fiché nada más verlo; estaba yo en el césped del parque con mis amigos los jipis a los que yo llamaba cariñosamente “la banda trapera del lago” y él era el recién llegado, en un momento dado se puso a hacer volteretas y en una de esas su camiseta se bajó y dejó entrever aquel cuerpazo serrano. Iba marcadito el niño, iba provocando. Para completar el pack del perroflaútico, era fumeta, le molaba el rap, el reggae, el drum & bass y llevaba gorra para atrás. Aunque su estilo de “rey del flow” me daba un poco de grima, definitivamente concreté que este niñato me ponía más que el peyote. Pero tenía un problema. Era gilipollas, pero gilipollas-gilipollas. Iba de free soul pero si podía te la intentaba colar con un rollo de chulo-bohemio que ni él se aguantaba, pero a mí me parecía gracioso, que se le va a hacer...



Al trabajar con él codo con codo, tenía la gran suerte de verlo todos los días. El mono de vendedor le apretaba el culito y aquellas posaderas parecían una manzana madura a la que daban ganas de pegarle un buen bocado. En las idas y venidas a lo largo del día me cercioraba de que nuestros caminos se cruzasen, yo atacaba a la yugular, sin miramiento, sacando toda la artillería pesada, haciéndole la pesca y arrastre, follándomelo en cada frase, violándolo con la mirada... él me seguía las coñas y se partía la caja con mis ocurrencias (no era para menos, estaba yo en plan “festival del humor”), yo le alegraba los oídos y él a mí la vista. Era un toma y daca. Pero para mí no era suficiente, yo quería más, más, ¡MÁS! quería ver como esas posaderas me cabalgaban como una jamelga mientras yo las agarraba con ambas manos.

Por fin se presentó la oportunidad de recoger los frutos de tanta siembra y esfuerzo que me había costado tal placaje de cortejo. En una fiesta a la que fuimos toda la cuadrilla a pasarlo guay, todos muy ebrios, desde el primer momento él y yo estábamos enganchados el uno con el otro soltando chorradas y gilipolleces varias. Yo me inventaba las mil y una ocurrencias para llevármelo a la cama ya no sabía que más decirle para follármelo, le había dicho de todo en todos los idiomas posibles, estaba sacando ya los tanques y bombardeando con cazas ¿qué coño más le tenía que decir para tirármelo? A veces yo me piraba pasando de su cara porque no veía resultados a tanto gasto de saliva e insinuaciones y era entonces cuando él venía a por más y juguetón me tocaba la barbilla mientras me decía que tenía más peligro que una caja de bombas (dime algo que no sepa, moreno). Acabando ya la noche pensaba que lo tenía a punto de caramelo y el muy hijo de la grandísima puta me dio calabazas con una excusa barata. Lo hubiera matado. Toda la noche calentándome las bragas para dejarme ir a pajeárme sola a casa. ¿De qué coño iba?

Pero lo que él no sabía era que, además, me había jodido por partida doble. Resulta que trabajar en ese sitio la temporada de verano era muy fructífero, y cada cierto tiempo también se pasaba por mi puesto un italiano de enormes ojos azules y calvo como una bombilla, que casualmente era el hermano mayor del Efebo Egipcio (juro que todos los hermanos de esa familia están para violarlos todos) con el que tonteaba a veces también y al que le comenté el garito donde íbamos a ir todos después del trabajo. Así que el italiano se presentó esa misma noche buscando carnaza, pero como yo creía tenerlo hecho con el “calienta-bragas” (tonta de mi) pues no le di ni bola al espagueti y acabó comiéndose la boca con otra tía (italiana también, muy maja por cierto)

Así que de tener a dos posibles machos para la cópula me quedé en cero patatero. Eso me pasa por avariciosa.

Para joderme más la marrana (y hacer triplete de desgracias) el fin de semana siguiente encontré al Calienta-Bragas comiéndole la boca a la tía que más aborrecía por aquella época. La Come-Babas. Mira que no me suele caer mal casi nadie, pero es que a esa pava no la tragaba. Joder. ¿No habían más mujeres por los alrededores que tenía que liarse con mi archienemiga? La Come-Babas era una pava que ya me la había jugado un par de veces, tenía los mismos gustos que yo para los hombres, la muy zorra, y también tenía la manía de comerse mis babas; le tiraba cacho a quien a mí me gustaba, se trincaba al que yo le había puesto el ojo (y el coño) encima. Ese era su deporte, no sé qué cojones le pasaba conmigo a esa tía. Así que podéis imaginaros mi reacción cuando vi al objeto de mis más profundas corridas en los morros de una tiparraca como esa. Fue como una patada en el coño.

Salí con cara de asco-pena del garito y me juré no volver a acercarme a semejante bicho que me chuleaba y luego se iba con la zarrapastrosa de la loca aquella. El calienta-coños se había acabado para mí. Al menos en apariencia. Porque no podía evitar desearlo y odiarlo en secreto.




viernes, 6 de febrero de 2015

Follar en sitios raros III: Catacumbas


Era veranito y estaba de viaje con mi pareja en una isla del mediterráneo, íbamos haciendo las típicas cosas de turistas; ir a ver monumentos, comer en restaurantes locales, hacernos fotos con estatuas... y en una de nuestras visitas entramos a ver las catacumbas de la vieja ciudad. Allí donde quiera que hubiera morbosidad estábamos o sinó la añadíamos nosotros.

Esas catacumbas eran un lugar bastante grande por el cual podrías perderte fácilmente. No había casi luz por casi ningún sitio, había un recorrido corto que estaba iluminado por unas pequeñas lucecitas en el suelo, pero la mayoría de gente, incluidos nosotros, teníamos dificultades para ver bien las tumbas (agujeros excavados en piedra) si no nos acercábamos del todo. Además de las partes iluminadas más hacia el fondo habían muchísimos más monumentos funerarios, era como una ciudad bajo tierra.

A pesar de ser un verano bochornoso ahí abajo el aire era fresco, ideal para conservar los cuerpos de antaño y el lugar tenía todo un entramado de callejuelas por donde perderse... Emoción, intriga, dolor de barriga... Nosotros seguíamos caminando entre las piedras acercándonos más y más a la oscuridad intentando encontrar algo que nos sorprendiera y que solo nosotros pudiéramos ver. Vimos una tumba compartida, seguramente fuera de un matrimonio, esposo y esposa juntos en la muerte eterna...

En aquella penumbra, silencio sepulcral y poca concurrencia a mi "esposo" le entró el calentón tonto. Yo en aquel momento no estaba muy convencida, seguía habiendo gente por los alrededores, el país era muy católico y a saber cómo serían allí las cárceles... Pero él, erre que erre empeñado en que quería meter su cabeza entre mis muslos a toda costa. Así que me dejé hacer ¿quién era yo para negarle semejante placer al paladar?

Ansioso, me retiró a uno de esos recovecos en los que no se veía un carajo, me sentó en una de las tumbas de la pared, mis nalgas sintieron la humedad de la piedra caliza y sentí frío. Él se puso de rodillas ante mí y separándome las piernas a ambos lados empezó a hacerme sexo oral...
Mientras oíamos los susurros de la gente en la oscuridad yo le decía -”no....aquí no.” tan lastimosamente y tan poco convincente que él agarró uno de mis pechos con la mano como ademán para que me calmara (y me callara, dicho sea de paso)  a la vez que con su boca abarcaba todo mi sexo y se habría paso con la lengua por todos mis agujeros... -“ no... para..”- le rogaba- “nos van a ver...” a él no le importaba lo más mínimo y yo seguía ahogando los gemidos con el culo congelado...

De repente un cuchicheo de voces sonaban cada vez más y más cerca. Hice presión con los muslos para que apartara la cabeza (esto siempre funciona)  "Están por aquí cerca”- susurré. Me recompuse como pude, cerré las piernas del todo y justo en ese momento una linterna nos cegó momentáneamente. Nos habían visto y probablemente escuchado. Nadie se acercó y la luz siguió alumbrando por otros lados como si buscaran algo, pero en los alrededores habían más personas. Más turistas.  No volvimos a retomar nada porque a ambos se nos cortó el rollo seguimos explorando un poco más las ruinas y a la que quisimos salir fuera... ¡¡Habían cerrado la puerta!! Resulta que nos habíamos pasado de hora de la visita y ni se molestaron en comprobar si quedaba gente dentro. Asomados desde la verja principal tuvimos la suerte de ver a un señor que pasaba por la puerta y pudimos llamarle y decirle que buscara ayuda. Vino el guardia de turno, el cual nos sacó mirándonos con cara de... “ya están estos turistas liándola otra vez.” y volvimos para casa ya bien entrada la tarde. Cuanto menos fue curioso.


martes, 3 de febrero de 2015

Amor, te odio.

Tú, que me dijiste "te quiero" nada más conocerme.
Yo, que me reí y empecé a quererte.

Tú, loco de remate,
Yo, loca de amarte.

Tú, abriendo mi cerebro para jugar con él como un niño de cinco años;
con dulzura, con amor,
con curiosidad, sin piedad.

Yo, que siempre quería dejarte inventé juegos extraños;
de dudas, de dolor,
de mentiras, de huídas.

Tu y yo, que nos separamos
que nos odiamos,
que nos quisimos tanto,
que lloramos,
que nos vemos ahora
 y nos alteramos.